Un dispositivo, ¿un sueño?

Lorena Culasso

Micaela Santi

 

Introducción

 

“Debido a que fui jugado,

soy una posibilidad que no era”
Georges Bataille

“Nadie sabe todo lo que puede un sueño (…)

Su potencia es también capacidad de afectar y ser afectado”

Lila Fedman

 

En un contexto de hiperdemanda en la consulta por infancias.

En un tiempo en que los nombres y la clasificación de los padecimientos que sufren niñeces y adolescencias crecen desmesuradamente, a la par que se homogeneizan las propuestas para su abordaje.

En una época en que se nos pide a lxs profesionales de la salud mental respuestas inmediatas, tips, consejos, recomendaciones para la gestión de las emociones (tanto de las infancias como de adultxs e instituciones referentes).

En una era en que los tratamientos terapéuticos imperantes para el abordaje de infancias con dificultades severas, suelen ser de corte cognitivo-comportamental y/o estar fundamentadas desde las neurociencias; corrientes éstas que se ofertan (y se recomiendan) desde el lugar del saber, de la reeducación, rehabilitación y adaptación.

¿Por qué, aún, el psicoanálisis?

 

En la localidad en que vivimos, y dentro del ámbito privado, el abordaje de las mencionadas situaciones suelen llevarse a cabo dentro de Centros Educativos Terapéuticos en los cuales infancias y adolescencias reciben múltiples terapias, a la par que sostienen, en algunos casos, espacios de grupalidad. Por lo general, estas propuestas reciben mayoritariamente tanto personas diagnosticadas con patologías orgánicas, como con diversidades funcionales intelectuales. Dejando por fuera, algunas veces, el abordaje de niñxs y adolescentes con diagnósticos de lo que damos en llamar padecimientos severos.

Para el presente trabajo, partiremos de una pregunta prestada, que forma parte de la fundamentación del Centro Educativo Terapéutico “El Puente” (de Córdoba Capital): ¿Es posible generar un espacio de trabajo clínico con niñxs que no toleran la exigencia de adaptación al sistema y que circulan de lugar en lugar portando un decir (en ocasiones, marginal, loco, discapacitado, autista o mudo) que exige ser escuchado y puesto a circular?

Ante los actuales modos de patologización que reemplazan el nombre propio con categorías que lo representan y que construyen sentidos aplastantes para el sujeto, nuestra respuesta es una apuesta. Un sueño puesto a producir. Un arrojo, que surge del impulso y del sostenimiento de un deseo compartido, por generar espacios lúdico-terapéuticos destinados a niñxs y adolescentes con dificultades severas en su constitución subjetiva.

Para la descripción del dispositivo que procuramos analizar, nos interesa atender a algunos aspectos de lo que Rosa Jaitin nomina el campo transferencial, que “engloba la teorización de los terapeutas, las representaciones socio-culturales de los psicoanalistas y de las familias, el dispositivo, el método, la transferencia y la contratransferencia” (2019, p. 4).

Compartiremos, entonces, algunas nociones basales de las que partimos y que responden a la teorización de fondo desde la cual se asientan las intervenciones.

 

Conceptualizaciones como punto de partida

“Nuestro cerebro, lengua, sensibilidad, personalidad, nuestras opciones y sentimientos están moldeados por los seres que durante la infancia nos han hablado y cantado, acunado y educado. Sin embargo, muchas veces esos mismos seres vivieron cosas atroces”

“El niño deviene humano porque ha crecido en un cuerpo humano, con lo que esto implica de emociones, de ritmos, de movimientos inesperados, de regularidades y de irregularidades.”

Nancy Huston en Bad Girl. Clases de literatura.

 

Entendemos por padecimientos severos en infancias, a un singular sufrimiento que se caracteriza por un modo particular del sujeto de armar lazos con los otros, donde puede observarse intolerancia al contacto, desconexión y hermetismo; así como también puede armarse un vínculo fusional, en el cual no hay un límite o separación posible y esa experiencia es vivida como terrorífica y desde la desintegración.

A la par, podemos ubicar derrumbes subjetivos con desarmes de la imagen y el esquema corporal. El jugar suele encontrarse detenido; hay movimientos estereotipados y rigidez ante los cambios, dificultades en la diferenciación yo-no yo y descargas pulsionales que dificultan los armados representacionales. Existe, además, un modo particular de hacer con el lenguaje y la palabra.

Signos, todos ellos, necesarios de ser leídos en una historia singular y familiar y no como elementos aislados, sumatoria de deficiencias o designios de un destino prefigurado.

Afirma Janin (2019) que

es en el trabajo con el niño mismo, a partir de un vínculo que se da de un modo particularmente intenso en estos casos, que vamos escribiendo con él una historia, muchas veces allí donde no se había escrito ninguna.

Todo esto nos marca lo impredecible de la evolución de un niño y de cómo el tema parece ser, siempre, apostar a las posibilidades creativas. (p. 190).

Por ello, partimos de una premisa crucial que se sostiene en la suspensión de cualquier saber que “prediga”, pronostique o establezca de antemano una estrategia estandarizada de atención; obturando de ese modo la posibilidad de cualquier sorpresa, de cualquier acontecimiento que tenga los visos o abra el terreno para un decir particular, novedoso y propio.

 

Desde una perspectiva vincular en psicoanálisis, Berenstein (2007) sostiene que

un sujeto deviene otro desde el vínculo con el otro, donde ninguno de ellos es centro de sí mismo, ni de la relación, sino que ambos se producen como sujetos a partir de determinadas relaciones de poder que recorren el vínculo. En éste la identificación comparte el lugar con la imposición del otro, a partir de la pertenencia y ésta, a raíz de las marcas de la presencia. (p. 21).

Es, entonces, en el vínculo con otro que se arma (o desarma) la propia subjetividad. Por tal motivo, la inclusión y escucha de referentes familiares y/o afectivos de las infancias o adolescencias en cuestión deviene esencial.

Pensamos lo familiar de la mano de Blumenthal (2019) quien lo define como “una organización compleja, abierta a cambios y a diversidad de configuraciones, donde se respete la asimetría, en la que adultos responsables ejerzan las Funciones Subjetivantes respecto de los niños y adolescentes que habiten dicha organización” (p. 78).

Hablamos de funciones subjetivantes que se acuerpan en personas concretas del entorno familiar de las infancias. Entorno que puede o no estar conformado por lazos consanguíneos; pero que indudablemente toma parte (no siendo el todo) en la constitución psíquica del sujeto.

Posicionarnos en términos de funciones subjetivantes supone adscribir a una tradición intelectual dentro del psicoanálisis que procura despegar las operatorias necesarias para la constitución psíquica, de las personas concretas de los progenitores y, también, de la clásica denominación teórica que distingue entre funciones materna y paterna (Abelleira y Delluca (2004); Blumenthal (2019); Blestcher (2020); Rojas (2022)).

Interesa, pues, ubicar quiénes son las personas que, desde el comienzo de la vida, transmiten, sostienen y ejercen dos funciones articuladas entre sí. Abelleira y Delluca (2004) las teorizan de la siguiente manera:

  • Función amparadora primaria: refiere “al conjunto de cuidados brindados al infans” por lxs asistentes de las necesidades básicas del recién llegado y “al amparo y sostén biológico y psíquico” que estas personas proveen.
  • Función simbólica, ordenadora, de corte y diferenciación: se llama así a la función que ordena los vínculos intersubjetivos y que es “ejercida desde las instancias parentales, en tanto representantes para el hijo del acceso a lo simbólico, al lenguaje y al discurso del conjunto de esa cultura y sociedad determinada” (p. 56).

Ubicar el funcionamiento de estas dos operaciones es clave para el abordaje en padecimientos severos, puesto que en estos casos pueden estar ausentes o detenidas, resultando fundamental, entonces, construir intervenciones clínicas que tengan como horizonte el reanudamiento o la creación de dichas operaciones psíquicas elementales para la constitución del aparato psíquico.

 

Jugar-nos: disponerse a la pluralidad

 

Jugarnos

eso que acontece en “el entre”

eso que queremos sostener

eso que apostamos

para que otros también puedan

jugar el propio ser

 

Muchas veces, nos encontramos con que el trabajo con niñxs y adolescentes se caracteriza por ser muy complejo, incluso hasta agobiante; más aún, en sujetos con dificultades severas. Esto se debe no sólo a las características particulares que adquiere el trabajo y el vínculo con ese niñx, sino también a las demandas familiares, escolares y sociales que suelen recaer en la figura del terapeuta. Por tal motivo, la tarea clínica se ve muy dificultada de enmarcarse dentro del encuadre tradicional del consultorio (entendiendo por tal las sesiones individuales con las infancias o con sus referentes afectivos).

Es sabido que, en numerosas ocasiones, estxs niñxs deambulan por varios profesionales de salud quienes alegan que alojar estas infancias, en adhesión al trabajo con referentes familiares, escuelas, otros profesionales y recibiendo escasos beneficios económicos, resulta en una tarea muy ardua de la cual, entonces, desisten.

 

En función de lo antedicho, desde 2018 y dentro del ámbito privado, echamos a andar un dispositivo clínico psicoanalítico consistente en sesiones semanales de co-terapia con las infancias, sesiones mensuales de escucha en dupla con referentes familiares y/o institucionales e instancias de reflexión del equipo.

La demanda suele provenir por referencia de colegas y otrxs profesionales que están al tanto del funcionamiento del dispositivo y con quienes hay establecido vínculos de confianza e intercambio que propician la derivación.

Actualmente, las sesiones de co-terapia con las infancias son sostenidas por la psicóloga tratante y una psicomotricista; mientras que en las sesiones mensuales con referentes familiares puede participar la dupla mencionada, o bien, la psicóloga tratante junto con otra colega que aporte escucha a la dimensión familiar. La posibilidad o no de estas sesiones mensuales, se define en función de la disponibilidad de cada familia, pudiendo evaluar la pertinencia de acuerdo a la singularidad de cada caso. Cuando estas entrevistas no son posibles, se construyen y sostienen otras modalidades de intervención en la dimensión familiar que se apoyan en los momentos de encuentro posibles (a veces, en el traer, esperar o buscar al niñx).

A la par, el equipo establece intercambios periódicos con otrxs profesionales tratantes (por ejemplo: psiquiatría, psicopedagogía, fonoaudiología); así como con referentes de distintas instituciones a las que asiste cada niñx (escuelas de nivel y/o de modalidad especial, centros educativos terapéuticos, clubes, entre otros).

Entrevistas todas que son nombradas y pautadas dentro del encuadre que se establece con lxs referentes de cada situación.

Nos interesa destacar que el equipo tratante se configura atendiendo a la situación singular de cada infancia y su familia, en una apuesta por la producción de un dispositivo a medida en que se pautan, además, reuniones periódicas de reflexión e intercambio a los fines de retrabajar y revisar aspectos clínicos, transferenciales y contratransferenciales de cada situación.

La terapéutica planteada se apoya en la lógica del caso a caso. Armando y desarmando la estructura general antes descrita, la práctica se orienta a partir del jugar y de la disposición al trabajo con lo que lxs niñxs presentan. Jugar siguiendo la propuesta de Winnicott, retomada por Ricardo Rodulfo, quien rescata su carácter de producción (playing).

De esta manera, la propuesta pivotea entre la singularidad de cada infancia, su modo particular de habitar y decir en el mundo, y un vínculo transferencial que apuesta a producir intervenciones significantes y subjetivantes.

 

En cuanto a lxs referentes afectivos de lxs niñxs, generalmente las familias se acercan con modos preestablecidos de encuentros con el otro: uso de pictogramas, rutinas rígidas, entrenamientos, búsqueda de consejos/recetas, pero totalmente escindidos de los encuentros placenteros, amorosos o incluso azarosos que existen entre ma-padres e hijxs.

Cuando se los consulta sobre si hay otros espacios recreativos, artísticos o deportivos al cual asisten estos niñxs, miran sorprendidos e incluso, para muchos, no está dentro de la dimensión de lo posible o aún de lo pensable. Por lo tanto, el modo de hacer lazo de estxs niñxs queda detenido y configurado sólo en función del diagnóstico y de las ofertas de abordaje y rehabilitación que alienan al sujeto, obstaculizando el encuentro genuino con otrxs niñxs y, por tanto, el despliegue de su dimensión lúdica y creativa.

 

Pensar un dispositivo con raigambre psicoanalítica presupone el sostenimiento de la singularidad y el ejercicio de la creatividad. En tal sentido, retomamos a Mauer, Moscona y Resnizky (2021) quienes proponen a

los dispositivos clínicos como montajes complejos, construcciones conjuntas analista-paciente, donde el vínculo es el que va haciendo aparecer las diversas figuras del dispositivo. Es decir, que el dispositivo es un producto del vínculo analítico en transferencia que, a diferencia del encuadre, no lo precede.

Pensamos que cada dispositivo se construye en un trabajo conjunto y en colaboración. No está preconfigurado ni es fijo, puede variar en función de una regla inmanente. La clave de la validación se encuentra en la lectura a posteriori de sus efectos. Un “entre dos o más de dos” que habilita la producción de aperturas inéditas. (pp. 39-40).

En este caso, la propuesta de intervención con las infancias y/o adolescencias es sostenida en el entre-cruzamiento de las lecturas psicoanalíticas y otros saberes como la psicomotricidad, la psicopedagogía, la música, la literatura, entre otros. Ello, en una modalidad de labor que tiende a lo que Janine Puget (2015) nombra como “pensar con o pensar entre dos”, y que refiere a la práctica que instaura un diálogo específico, que “genera un hacer algo a partir de lo que la alteridad de cada uno impone y crea (…) Pensar entre dos o más nace del des-encuentro, de la no coincidencia y de la imposibilidad de internalizar al otro” (p. 48).

 

El dispositivo se propone, entonces, alojar a las infancias/adolescencias y a sus referentes, en un entendimiento de que las intervenciones permiten desplegar y ensayar nuevas configuraciones vinculares posibles, que apuntan a con-mover las construcciones fantasmáticas establecidas (y de a ratos enquistadas) en las familias.

No se trata de enseñar pautas de crianzas beneficiosas sino de generar espacios simbólicos, que amparen, acompañen y recuperen o experiencias de subjetivación. Construir un código común que habilite un intercambio, que permita ubicar allí a un semejante, que posibilite la filiación y también la futura socialización. En definitiva, que albergue la potencia del encuentro con la diferencia que supone todx otro.

Si no hay posibilidad de ello, estas infancias suelen quedar ubicadas en el lugar de lo extraño, lo extranjero y, por lo tanto, de lo segregado.

 

Campo de afectaciones recíprocas

“…la vida —pan de sol para los otros,

los otros todos que nosotros somos—,

soy otro cuando soy, los actos míos

son más míos si son también de todos,

para que se pueda ser he de ser otro,

salir de mí, buscarme entre los otros,

los otros que no son si yo no existo,

los otros que me dan plena existencia…”

Octavio Paz, Fragmento de Piedra Sol.

 

En el trabajo con infancias y familias, las múltiples transferencias entramadas componen un campo complejo de afectaciones entrecruzadas. Por ello, nos interesa abrir pregunta a lo que sucede con el vínculo terapéutico y los múltiples efectos que este tiene en todos los sujetos que integran el dispositivo (incluidos lxs profesionales).

Smalinsky (2020) remite lo transferencial al “espacio intermedio o potencial” propuesto por Winnicott, definiendo como tal a esa “zona donde, si los otros primordiales se adaptan de manera suficiente a las necesidades del niño, éste podrá hacer “uso” de ellos, gastándolos y destruyéndolos siempre que estos además puedan sobrevivir” (p. 91).

Es posible, entonces, concebir la potencia del trabajo en dupla en estos términos, puesto que el vínculo plural que se configura funciona como ese espacio intermedio que construye un borde, ahí donde la pulsión de muerte arrasa; que hace cuerpo con otro, para que la capacidad de pensar y crear no se detenga.

La dupla funciona, además, al modo del apuntalamiento en tanto permite repartir las múltiples transferencias (del niñx, de la familia, de las instituciones de las que participa), realizar intervenciones que requieren “salirse de escena” y que un otro sostenga, poner el cuerpo ante eventuales estallidos, sostener la escucha ahí donde la crueldad nos hace tambalear.

Al mismo tiempo, el estilo de cada profesional genera distintos efectos en ese niñx, en el marco del proceso de identificaciones y proyecciones que se despliega en el encuentro con un otro y del que lxs profesionales somos soporte.

Aún más, el modo peculiar de vinculación entre profesionales forma parte de la configuración del campo transferencial y aporta su impronta a la manera de hacer lazo con el semejante. Ello, puesto que en dicha vinculación se ponen a jugar afinidades, complicidades, acuerdos, desacuerdos y diferencias que se despliegan dando lugar a lo propio de cada quien.

Es, entonces, en el entre polifónico que se ofrece donde reside la potencialidad del encuentro y la posibilidad de la variación. Una variación que, incluso, puede tener efectos en los modos de vinculación familiares al mostrar en acto una forma diferente de hacer lugar (y hacer jugar) las diferencias.

Recuperamos de la pluma de Anne Dufourmantelle la invitación a pensar la esperanza, no como aquello que nos destina a un ideal pasivo y nunca alcanzable sino como un modo particular de la espera, que implica el coraje de hacer con lo que se dispone allí, de un querer adentrarnos. Hacemos también nuestra su apuesta:

Interiorizar una práctica de esperanza, esto debería ser posible pero al instante. Sin ruptura temporal, decirse que el combate es aquí mismo, de inmediato, sin demora. Que la reversión ya empezó, que se trata una y otra vez de nacer, de romper, separarse, liberarse. De abrirse de esta manera a lo que ocurra. A lo inaudito del suceso, es decir, a lo que pueda volverse acontecimiento, siempre para cada uno. (2019, pp. 148-149).

 

Consideraciones finales

“El sueño como la risa nublan las fronteras de la noche o de la vigilia

de lo luminoso y de lo oscuro,

de lo preciso y lo borroso,

testigos de una posibilidad de invención y de resistencia nueva

que subvierte la repetición hacia el lado de lo inesperado.

(…) irrumpen hacia lo que aún no se ha dicho, escrito, ya firmado, ya destruido

regalándonos unos cuantos signos mágicos”.

Anne Dufourmantelle en Elogio del Riesgo.

 

Para concluir, volvemos a la pregunta del inicio: ante situaciones de padecimiento severo en infancias ¿por qué, aún, el psicoanálisis?

Creemos que el psicoanálisis brinda esa potencia de ser no una disciplina dogmática a acatar, ni un saber sacralizado y canonizado hace más de cien años al que rendir culto, sino una experiencia viva, en constante transformación y movimiento.

Un acontecer que habilita el pasaje de la alienante pasividad a la creativa vitalidad.

Nos invitamos, pues, a una invención a partir de un deseo, de una búsqueda que nos permite sostener y no retroceder (parafraseando a Peusner) ante una práctica clínica con sujetos que demandan de gran disposición mental, corporal y afectiva. Por lo tanto, no es sólo un dispositivo a la medida de quien consulta, sino que también es una medida que resguarda a quien atiende para poder permanecer cerca y disponible, para poder persistir y apostar. Porque, como afirma Lila Feldman, es necesario

abrir la ventana del consultorio hacia un psicoanálisis vivo cuando busca, y a veces, logra ser desalienante, creativo y fundante de la capacidad de tener sueños propios y una vida en la cual los vínculos no se sostengan en violencias y en un deber de sumisión ni silencio, en nombre de ningún bien o ideal. Para los pacientes. Y para los analistas. (2017, p. 98)

 

Bibliografía

Abelleira, H.; Delucca, N. (2004) Clínica forense en familias. Lugar editorial.

Berenstein, I. (2007) Del Ser al Hacer. Paidós.

Blumenthal, D.; Marin, M. (2019) Lo Familiar. Parentalidades en la diversidad. Lugar Editorial

Dufourmantelle, A. (2019) Elogio del Riesgo. Nocturna Editores/Paradiso Editores.

Feldman, L. (2017) Sueño, medida de todas las cosas. Topía Editorial.

Huston, N. (2023) Bad Girl. Clases de literatura. Mardulce Editora.

Jaitin, R. (2019) Amistad, filiación y migración. El trabajo del psicoanalista familiar. Revista Internacional de Psicoanálisis de Pareja y Familia. N° 20-1/2019. Historia e historias en psicoanálisis de pareja y familia.

Janin, B. (2019) El sufrimiento psíquico en los niños: psicopatología infantil y constitución subjetiva. Noveduc.

Mauer, S.; Moscona, S.; Resnizky, S. (2021) Dispositivos clínicos en psicoanálisis. Letra Viva.

Puget, J. (2015) Subjetivación discontinua y psicoanálisis. Incertidumbre y certezas. Lugar Editorial.

Smalinsky, E. (2020) Devenir jugando. Dispositivos transicionales, experiencias y micropsicoanálisis. Editorial Brueghel.