No preguntes por quién doblan las campanas… doblan por ti.

Daño Colateral

 

Lic. María Pía Isely

“Nadie es una isla completa en sí misma; todo hombre es un trozo del continente, una parte del todo; si el mar arrebata un peñón, es España la que sufre la perdida. Lo mismo que si se trata de un promontorio, de una hacienda de tus amigos o de la tuya propia; la muerte de un hombre me disminuye porque estoy inserto en la humanidad; y por eso no preguntes nunca por quién doblan las campanas, doblan por ti”.  John Donne, poeta inglés nacido en 1572, explica el interjuego entre el hombre y el mundo.

 

Hay ciertos hechos que, por la fuerza del impacto, cambian la realidad del momento. Se denominan “dispositivos analíticos” dirá Emilio Rodrigué[i], Holocausto, Hiroshima, 1ª Guerra Mundial. Benyakar[ii] los denominará Eventos Disruptivos. La época del Proceso Militar en la Argentina de los años 70, la guerra de las Malvinas, hoy tal vez el Coronavirus Actual.

¿Podríamos pensar en un efecto social que arrasó con lo individual incrementado por la Desmentida?, generando cierto daño colateral, en la salud mental, incluso en nosotros mismos en el modo de abordar a nuestros pacientes.

 

Pichón Riviére (1981) define la psicología social a partir de la concepción del sujeto como social e históricamente determinado, sujeto al que concibe en un contexto de entretejidos de vínculos y relaciones sociales, en un inter juego constante entre el mundo externo y el interno.

Ese mundo interno se configura como el escenario en el que es posible reconocer el hecho dinámico de la internalización de objetos y relaciones. En este escenario se intenta reconstruir la realidad exterior, pero los objetos y los vínculos aparecen con modalidades diferentes por el fantaseado pasaje del afuera hacia el adentro. Es un proceso comparable al de la representación teatral, en el que no se trata de una idéntica repetición del texto, sino de que cada actor recrea, con una modalidad particular, la obra y el personaje.

Por un lado, tenemos un grupo como emergente social, considerando el “contexto” social como “texto” del grupo, asumiendo que no hay una realidad externa que produce mayores o menores efectos   sobre los acontecimientos grupales, sino que son estos mismos acontecimientos parte del propio texto grupal; son por ende fundadores de cada grupo, más que escenografía, son drama grupal. Pero, por otro lado, tenemos a cada actor, protagonista, recreando su propia obra, es decir que, en lo grupal, resuena y se vivencia la dinámica interna y personal de cada integrante.

¿Qué es lo que me llevó a retomar estos conceptos teóricos?

Pasaré a comentarles una vivencia personal, que me llevó a reflexionar sobre la temática que hoy quiero abordar. Durante el año 1995, asistí a un grupo de estudio de psicodrama Psicoanalítico Grupal de Eduardo Pavlovsky, donde vivencié una experiencia particular. Una de las integrantes del grupo, era una mujer que había estado secuestrada en el marco de la desaparición forzada de personas del proceso militar en la Argentina. En el transcurso del año de los encuentros grupales descubre que el marido de otra de las integrantes del curso era Militar. Ese descubrimiento, tema que es planteado en el último encuentro del año, le genera miedo y confusión. La situación no se aborda en ese momento, queda velada en esa oportunidad y durante las vacaciones.  Recién al año siguiente, en uno de los primeros encuentros del grupo, el tema se retoma, pero sin hablarlo claramente, desarrollándose de manera encubierta. Esto era lo que yo percibía, como oyente u observadora. Durante las primeras horas   se habló, se racionalizó, se transformó en un discurso agotador que generó, también en el grupo, miedo y confusión.  Desde mi lugar de espectadora me preguntaba: ¿por qué no dramatizábamos la escena?, siendo ese, a mi entender, el espacio indicado para hacerlo. Pero no, la racionalización acaparó la escena, escindiendo a mi entender, el afecto.

A su vez, recuerdo que, ese mismo año, el tema de los desaparecidos durante la Dictadura Miliar, comenzó a surgir también en la opinión pública; pocos días antes, aparecieron en televisión militares pidiendo perdón, familiares de desaparecidos hablando sobre lo que   sentían al respecto. Resurgía en la sociedad, la intención de volver a hablar de aquellos sucesos, quizás buscando una solución. Pero, yo me preguntaba: hasta qué punto resolvía algo, el dolor fue tan grande. Quizás se pueda resolver desde lo individual, pero tengo dudas de que pueda resolverse desde lo social.

En ese contexto, también advertí que, estando cercanas las elecciones, mientras este tema era auge en la televisión, como sociedad, dejábamos un poco de lado lo que estaba sucediendo en el país; la desocupación, el hambre, la miseria. También me llevó a pensar como repercutía toda esta situación, en los hijos del 70 e incluso en aquellos que vivieron aquella época. Cómo elaborar tanto dolor e incluso cuáles podrían ser los daños colaterales de impactos masivos de tal índole. Especialmente frente a la desmentida del trauma, trauma individual y trauma social.

¿Podríamos pensar en las estructuras narcisistas como resultado de aquella época, las estructuras de vacío, considerando las adicciones, la bulimia y la anorexia y los intentos de suicidio? Por otro lado ¿Podríamos pensar en los padres del 70, aquellos que vivieron aquella época con predominancia de neurosis traumática y ataques de pánico?

 

Estos interrogantes me llevaron a plantear otro: ¿Cómo pensarlo psicoanalíticamente?  Y Cómo elaborarlo en el espacio psicoanalítico para que tal impacto disruptivo no genere tanto daño colateral en aquellos que vivieron aquella época e incluso en las generaciones venideras.

Comenzaré con las Neurosis traumáticas, también llamada “neurosis de trincheras”. Epidemia bélica que fue el tema central en el Congreso de Budapest en 1918. Rodrigué (1996) ¿Los Ataques de pánico no fue también epidemia en estos últimos años en la Argentina y tema central de los últimos Congresos en estos últimos 10 años?

Freud (1920) en “Más allá del principio de placer” sostiene: “Llamamos traumáticas a las excitaciones externas que poseen fuerza suficiente para perforar la protección anti estímulo. Un suceso como el trauma externo provocará sin lugar a dudas, una perturbación enorme en la economía energética del organismo y pondrá en acción todos los medios de defensa. Pero en un primer momento el principio de placer quedará abolido. Ya no podrá impedirse que el aparato anímico resulte abnegado por grandes volúmenes de estímulo que penetraron violentamente a fin de conducirlos, luego, a su tramitación.” Es decir, la primera tarea del aparato es regular la cantidad de estímulos para no quedar arrasado, como traspasado por un rayo, según dice Freud en la página 35 del Proyecto, refiriéndose al dolor.

Trabajando con familiares de víctimas del proceso militar se ha encontrado un incremento de enfermedad somática en padres de desaparecidos; enfermedad cardíaca, cáncer, ataques de pánico y suicidios.

Voy a hacer hincapié en el ataque de pánico, en una época se lo llamó corazón de soldado, porque era un síndrome muy común entre los que habían padecido una guerra. Diana B. lo describe muy claramente: “Es como estar en el medio de un bombardeo sin saber qué hacer y hacia donde escapar. Y cuando termina, así como en las películas dejan de sonar las sirenas y la gente agarra sus cosas y sale de los refugios, del mismo modo pasa el momento del pánico y uno sigue con su vida. Pero siempre con la incertidumbre de donde nos agarrará el próximo bombardeo”.

Freud comienza a trabajar los términos de pulsión de muerte y neurosis traumática apenas terminada la primera guerra mundial. ¿Podríamos pensarlo como resultado de la situación histórica en la que estaban viviendo?

En “Confesiones de un psicoanalista”, Theodor Reik dice: qué significaban esos terribles ataques, ese sentimiento de muerte. “El síntoma señalaba que yo me condenaba a muerte por mis pensamientos asesinos, por la posibilidad imaginada de asesinar. Si yo experimentaba todos los horrores de la aniquilación, ello solo podía significar que inconscientemente sentía que debía morir porque deseaba la muerte de mi esposa. Nuestra vida inconsciente sigue aquí la ley más antigua y primitiva del talión: ojo por ojo y diente por diente. La persona que asesinó debe morir. El hombre que comete un crimen en la fantasía debe castigarse con la sensación de la muerte.”

La presión de los sentimientos de culpa inconscientes, llevaría en algunas ocasiones al Yo a esta transacción. Retomo este recorte de Reik porque considero importante tener en cuenta la relación trauma-predisposición neurótica de cada individuo en particular. Es importante investigar en la historia del sujeto, los conflictos neuróticos que el acontecimiento no ha hecho más que precipitar. En algunos casos el acontecimiento exterior viene a realizar un deseo reprimido del sujeto, a poner en escena una fantasía inconsciente, tan intolerable para el Yo que la concomitancia corporal aparece luego como castigo. En otras ocasiones el impacto disruptivo de un acontecimiento inesperado arrasa con la pantalla protectora dirigiéndose al soma y despertando tal vez una manifestación psicosomática.

Cuando Freud habla de neurosis traumática, insiste en el carácter a la vez somático del organismo, que provoca una afluencia de excitación y psíquico del trauma. Frente a la afluencia de excitación, que irrumpe y pone en peligro su integridad, el sujeto no puede reaccionar con una descarga adecuada ni por medio de una elaboración psíquica. Desbordado en sus funciones de ligazón, repetirá de manera compulsiva, especialmente en los sueños, la situación traumática vivida, a fin de intentar ligarla.

En este orden de ideas, tomemos ahora la vivencia de satisfacción, ¿Qué ocurre con el objeto perdido; los desaparecidos? La falta de certidumbre nos sume en la impaciencia: ¿Dónde está el objeto? Esta pregunta tiene su prehistoria infantil en aquel juego del niño y el carretel, primer juego de las escondidas que le permite al niño controlar la ansiedad de separación. La madre a fin de cuentas volverá. Desde una situación simétrica y opuesta, la angustia de separación provocada por la violencia de un agente exterior coloca a la madre del desaparecido en una situación regresiva de desamparo infantil. No existe la posibilidad de volver al juego del fort-da. Pueden ser mostrados al mundo a través de fotografías o de pañuelos blancos que cubren las cabezas. Pueden reaparecer en sueños. Pero el objeto interno no vuelve a la escena de la realidad. Su lugar es inimaginable y potencialmente persecutorio a la vez. Es fuente de preocupación constante, verdadero enigma sin solución que remite al padre que sufre esta situación a su propia búsqueda infantil, e incluso al desamparo primitivo.

“En el caso de la Sra. M aparece un núcleo escindido, inconsciente y sin posibilidad de figuración, el núcleo de lo inimaginable, núcleo de des-ligazones de representaciones de palabra y de cosa, acerca del destino seguido por el hijo como también de un verdadero vacío de significación acerca de los propósitos del agresor. Hablamos de un nietecito varón y del placer que sentía en cuidarlo. El destino había puesto en la escena de la realidad un “infans” que necesitaba de sus cuidados de abuela materna, ocupando –aunque sea en forma parcial- el lugar del hijo varón nunca más visto”. (H.R. Marín. Lo grupal 6.)

Sin embargo: ¿Qué aparece como consecuencia? la desmentida, como mecanismo de defensa; escisiones; este niño ocupando el lugar de hijo varón nunca más visto. ¿Las estructuras narcisistas, las estructuras de vacío, considerando las adicciones, la bulimia y la anorexia, y los intentos de suicidio; aparecen como resultado de aquella época? ¿Qué aprendieron los hijos del 70? Aprendieron a escindir, a tapar el vacío, el dolor, ya que no se podía llorar, no se podía sentir, porque el más mínimo dolor era vivido como terrorífico y abrumador. De alguna manera como una defensa frente a lo inimaginable.

Nietzsche habla de lo apolíneo y lo dionisíaco en la cuidad de Tebas, en relación a la interpretación que hace del mito de Edipo, pero más específicamente de la tragedia. Lo apolíneo es lo adecuado, lo bello, aquello que está cerca de la representación visual, de la imagen. Esta fuerza está en relación con otra en opuesto.  Lo Dionisiaco, que es lo desordenado, el hombre pierde todo límite que lo diferencia de lo otro, es lo horripilante. Lo estrictamente griego está en la presencia de ambas fuerzas. La preeminencia de alguna de las dos es imposible. La tragedia va a decir N. muere por la preeminencia de lo Apolíneo. El diálogo trágico es superficial respecto a la acción trágica. El leguaje de Sófocles parece estar encarnando en una racionalidad plena; en vez de develar oculta. Aquello que aparece en el diálogo no es más que una compensación de lo Dionisíaco. Es el mito quien se proyecta a sí mismo teniendo a Sófocles como intermediario que pone el dialogo. Usa a los artistas para expresarse, pero es solo un consuelo de aquello que aparece como horripilante. La fuerza apolínea se convierte en Socratismo en Grecia y esto es creer que todo es racional.

Lo mismo ocurre en la sociedad, ¿en Argentina?, todo lo racionalizamos, pero de manera defensiva para no enfrentarnos con lo dionisíaco. Mejor tapamos, ocultamos para no develar. Influenciados a su vez, por los medios de comunicación y el discurso político, como en el mundial del 78, todos festejábamos mientras la “guerra sucia” se estaba llevando a cabo. Y así tapamos para no pensar, para no sentir, por miedo a caer en el abismo, y así aparece la repetición del trauma, bajo el principio de Nirvana, subditado a la pulsión de la muerte. Repetimos para no recordar y así no elaborar. No corramos el velo, mejor tapamos, no sea que descubramos la verdad y nos conduzca al suicidio. El grupo psicodramático trae el emergente social, lo convoca; como así también a nuestra dinámica interna, individual.

¿Qué hacemos como terapeutas? ¿Tapamos y así seguimos repitiendo el trauma, porque también se involucra nuestra propia historia?

O bien aprovechamos ese espacio dramático para elaborar y ligar psíquicamente ese trauma social, que resuena en lo individual. Más allá de que la sociedad siga velando, ocultándonos o bien mintiéndose a sí misma.

¿Qué hacemos como terapeutas, como maestros, que hacemos como políticos, como médicos, como amigos? ¿Qué hacemos como seres humanos? ¿Cómo salir del circuito de repetición? De esa lucha eterna de la humanidad entre dos bandos. ¿Cómo se elabora tanto dolor injusto de la humanidad?

Para seguir pensando, incluso relacionándolo con la pandemia actual, abordé el concepto de la angustia.-

Sobre ella, Kierkegaard va a decir que la angustia es un estado afectivo que posee una intencionalidad: su objeto es algo que no es nada (la nada de lo finito en cuanto correlato objetivo del estado subjetivo de la angustia. Asimismo, va a distinguir entre la angustia originaria (ante la nada de lo finito, pura posibilidad) y la angustia posterior ante un algo (falta de espíritu, en dirección a la culpa).

La angustia ante la nada conduce a la desesperación como angustia por sí misma, la desesperación remite a la fe como única posibilidad de salvación, remite al salto cualitativo que posibilita la salvación. Temor y Temblor es la desesperación ante la nada.

Aquí podríamos diferenciar aquello que es para Freud (1925/1926) la angustia automática y la angustia señal. La angustia automática, se caracteriza por la inundación del aparato psíquico de magnitudes de excitación inmanejables y provoca un estado de desorganización psíquica, en cambio la angustia señal es manejada por el yo con la finalidad de impedir la irrupción de la primera. Le permite un estado de alerta para defenderse tanto del medio externo como del interno.

En cambio la angustia automática lleva a la perforación de la barrera anti estímulos van a decir los Baranger y Mom, al desamparo total, caracterizado como el trauma inicial, el trauma puro sin sentido, totalmente disruptivo.

Ahora bien ¿Cómo afectó este inmenso evento disruptivo a la sociedad en general, a nuestros pacientes, incluso a nosotros mismos? Así como la época del proceso Militar dejó un daño colateral, ciertos efectos comienzan a vislumbrarse de la pandemia actual del Covid 19.

Aparecieron angustias difusas, ataques de pánico, reminiscencias, sueños tanto en niños como en adultos. Incluso ya empieza a registrarse un aumento en las personas con intentos de suicidio, con anorexia, adicciones, entre otros.

A partir de allí surgió otro interrogante: que habrá sentido Freud en tiempos de Incertidumbre y Desamparo, en el Éxodo (M.Schur p. 724-725) (1972) en la invasión Nazi. M Schur, quien fue el médico personal de Freud que lo atendió entre 1929 y 1939, nos comparte su experiencia vivenciada: “Es difícil describir nuestro estado de ánimo durante ese período. Es mucho lo que se ha escrito sobre las crueldades de los campos de concentración y exterminio. Pero se sabe menos sobre lo que representa sentirse repentinamente fuera de la protección de las leyes ordinarias. Hubiera sido anormal no sentir miedo ante una llamada a la puerta. Desaparecían amigos y parientes. La Gestapo había llegado y establecido los cuarteles generales y comenzaban a circular las primeras noticias sobre las torturas. La casa de Freud fue invadida varias veces por pandillas de la S. A. El futuro era incierto y Freud, su familia y yo (Schur) estábamos en grave peligro. En medio de ello Freud permaneció sereno lleno de dignidad y autocontrol”.

Sentir miedo y al mismo tiempo mantener la calma, nos reconectará con nuestra pulsión de auto conservación y nuestro instinto de Supervivencia. Serenidad (Gelassenheit) la situación del hombre actual está caracterizada por la falta de pensamiento y reside en un proceso que se consume en su huida ante el pensar. Sin embargo, el hombre lo niega. Para salir de esta situación Heidegger nos sugiere dos actitudes que se pertenecen una a la otra: serenidad ante las cosas y apertura al misterio.

Ahora bien: también me he preguntado:

¿Cómo elaboraremos las muertes de nuestros seres queridos y/o aún de nuestros semejantes? ¿A dónde se dirige el dolor ante una muerte tan injusta como las que estamos viviendo hoy con el coronavirus?

Como muchas otras situaciones que ha vivido la Humanidad a partir del terrorismo de Estado, de las guerras, del Holocausto, incluso de la pandemia actual.

Y retomé los conceptos de Freud; entre 1920 y 1929, a partir de cuatro muertes acaecidas en los momentos en que se desencadenaba y era operado de su cáncer, Freud afirmaba que:

  1. Toda muerte de un ser querido nos deja inconsolables.
  2. b) Nunca encontramos con qué rellenar el hueco que deja la partida de un ser querido.
  3. c) En caso de rellenarse, el hueco se convierte en algo distinto.
  4. d) Ese algo distinto es la única manera de perpetuar los amores a los que no deseamos renunciar. Ese algo distinto hace que nuestros muertos se inscriban en nuestra matriz identificatoria, en los rasgos de carácter, en los silencios del ello, en los imperativos del Syo, en nuestros síntomas, en las marcas del fantasma y en el desfasaje de nuestro goce.

 

Una de las mayores dificultades a lo largo de toda la humanidad es la elaboración de las muertes, es la elaboración de los Duelos por nuestros seres queridos. Esto atraviesa el yo, como un Rayo, dirá Freud, en nuestro psiquismo, generando innumerables síntomas desde lo emocional hasta lo físico.

¿Qué nos pasa en relación a la muerte? Primero la vida y luego la muerte, sin embargo, es primero la muerte y luego la vida. ¿No será que le tenemos terror a la muerte? ¿No será que le tenemos terror al dolor? Mejor tapamos, tapamos por miedo a sentir, por miedo a vibrar, por miedo a vivir, ¿No será que tenemos terror a la muerte y paradojalmente la muerte se convierte en nuestra vida? Y desde allí la vida es muerte en una eterna compulsión a la repetición del trauma, bajo el principio de Nirvana. Y así comenzamos a estar constantemente en contacto con la muerte, la ausencia del dolor, anestesiando todas posibles sensaciones, pero justamente por tenerle miedo a la vida.

¿Qué nos pasa como humanidad? ¿Qué nos pasa que corremos anhelando una verdad? Corremos y corremos; pero así nos perdemos sin pensar. Haciéndonos cada vez más esclavos de la sociedad. Una sociedad fría y materialista que no nos deja descansar.

¿Pero quién será realmente el que nos esclaviza? No seremos nosotros mismos que nos perdemos en el abismo de la inseguridad. Nosotros mismos que nos llenamos de ataduras por miedo a enfrentarnos con la libertad.

Hemos perdido los valores y nos enfrentamos a la era del vacío, aquella en la cual si no se corre puede desencadenar en el suicidio, porque si miramos nuestro ser descubrimos que es un personaje que no conocíamos y que es oscuro y frío.

Necesitamos parar un poco y detenernos entre tanto rap y alegrías desenfrenadas, y mirar un poco hacia adentro. Hacernos amigos de nuestro ser, mirarlo y empezar a conocerlo. Descubrirnos a partir del silencio. El silencio es el tesoro perdido de nuestro tiempo. Recuperar nuestra libertad interior. Hoy en día hay que estar atentos porque te roban el alma y uno los deja. Te roban la conciencia y uno los deja. Te infunden miedo. Te anulan como ser humano y así nos van quitando libertad.

La felicidad está en la conexión con nosotros mismos, con nuestro interior, con el otro y la trascendencia. Algo que la sociedad actual con su hedonismo y materialismo nos ha quitado.

Hay que descubrir y enseñarles a nuestros hijos que hay una vida más allá de Internet, de la play, la Tablet o el celular. Y que todo lo que necesitamos está dentro de nosotros mismos en esa alma que estamos descuidando. Un alma que es humana, que se entristece cuando ve una lágrima en un niño, que se emociona con el abrazo de un amigo y ante una caricia de un ser querido. Un alma que ríe y llora, y llora la pérdida de un ser querido un dolor tan grande que la desgarra, pero que es la única forma de elaborar lo traumático, llorando y sintiendo, dejemos que nuestra alma vibre porque vibrar significa vida.

Pero no lloramos, pero tampoco reímos porque sentir es desencadenar en el abismo. Mejor tapamos, tapamos mucho, con Internet, droga, comida, juego compulsivo o cigarrillos, no sea cosa que nos descuidemos y descubran el vacío. Y esa alma se vacía y llora y se deprime, quieta, inmóvil, silenciosa, se encoge y espera…

Espera un mirar hacia adentro, un darse cuenta, un ser humano que la descubra y la haga participe de su vida, hasta que nos demos cuenta que solo el alma y su sentir nos dará la clave para RECUPERAR NUESTRA HUMANIDAD PERDIDA.

Entonces para ir cerrando, podríamos pensar que aquellos hechos que, por la fuerza del impacto, cambian la realidad del momento, podrán dejar cierto daño colateral, en la medida que no sean elaborados, tanto a nivel individual como social. Aquellos impactos se denominan “dispositivos analíticos” Holocausto, Hiroshima, 1ª Guerra Mundial, el terrorismo de Estado, hoy; la Pandemia actual

En Enero de 1919 Freud le escribe a Ferenczi “Estamos comiéndonos los unos a los otros” …2 meses después comienza a escribir su Más allá del Principio de Placer… va a decir Emilio Rodrigué: (1989) “la fecha sugiere que la obra es hija de la guerra”… En una entrevista concedida a George Viereck, nos dice que Freud declara: “La muerte es la compañera del Amor, juntos rigen el mundo. Eso es lo que dice mi libro Más allá del Principio de Placer”.

En 1920 golpe cruel del destino la bella Sophie muere a causa de la gripe; tenía 26 años.

Freud le escribe nuevamente a Ferenczi:

“Mi mujer esta terriblemente sacudida pero de una manera más humana”.

Groddeck dirá que esa “inhumana” herida abierta iba a engendrar esa cosa llamada cáncer.

“El hombre no tiene paz porque sabe de su muerte. Siempre existirá una falta, la afrenta insoportable de no-ser; de allí que la castración sea una feliz metáfora infeliz”

Emilio Rodrigué (1996)

 

Entonces;

En este inter juego constante entre mundo externo y mundo interno.

No preguntes por quién doblan las campanas…Doblan por ti… Y por la Humanidad toda.

[i] Rodrigué Emilio, Sigmund Freud, El siglo del psicoanálisis, Editorial Sudamericana, Buenos Aires 1996. Tomo I y II.

[ii] Benyakar M, (2003) Lo Disruptivo, Editorial Biblos, Buenos Aires. 2003

 

 

[1] Rodrigué Emilio, Sigmund Freud, El siglo del psicoanálisis, Editorial Sudamericana, Buenos Aires 1996. Tomo I y II.

[1] Benyakar M, (2003) Lo Disruptivo, Editorial Biblos, Buenos Aires. 2003