Graciela N. Bassi
Este texto comienza con el propósito personal de compartir algunas reflexiones del trabajo con otros en el ámbito educativo. Algunas ideas son recientes, del dispositivo interdisciplinario “Aprendizajes Compartidos” que venimos construyendo y desarrollando un equipo de profesionales de la salud, educación y el derecho, especializados en infancias, en la ciudad de San Lorenzo, Santa fe. Otras, las fui juntando del trabajo clínico con niños de diagnósticos monodisciplinares o, por lo menos, de diagnósticos derivados del resultado de escaso diálogo interdisciplinario para su revisión.
Re-visar: Ver con atención y cuidado. Someter algo a examen para corregirlo, enmendarlo o repararlo y Visar…tan necesario en estos tiempos.
Re-visar y así reconocer o examinar la “validez actual” de dicho diagnóstico en la singularidad del niño teniendo en cuenta el momento subjetivo de su desarrollo.
Aun así, la visión no supone escucha….y sobre eso me voy a referir.
Primer recorte. De Docentes y Niños.
La comunicación en el aula es uno de los aspectos principales del proceso educativo. Educar y aprender implica un proceso complejo, dialéctico y dialógico, que se desenvuelve a partir de la comunicación y transmisión de información entre sujetos; necesita como “base segura” al vínculo educativo, esa relación afectiva y personal que enlaza al docente, al niño (al grupo) y que es intransferible y particular.
El vínculo pedagógico es la “forma” que da sentido al “contenido”. Es un vínculo complejo e integral porque compromete a múltiples subjetividades y el contexto, sin dejar de lado que se trama y entrama en una situación de grupalidad.
Nada sucede por fuera del encuentro entre el docente y el niño aprendiente. Todo lo que allí acontece guarda la potencia, el germen, de convertirse en aprendizaje para el infante, y no son únicamente aprendizajes formales.
La experiencia educativa promueve la oportunidad de que el niño funde e incorpore recursos y herramientas a partir del conocimiento que le permitirán crecer, desarrollarse, pensar y comprender el mundo, cambiarlo, construir su curso de vida, vincularse con otros y armarse un lugar propio, pero siempre en ligazón con los otros (…)
La comunicación sucede bajo las cualidades y formas expresivas sonoro corporales en un tiempo-espacio en común, implica los modos genuinos del decir que se organizan musicalmente; transmitiendo no sólo el contenido explícito del mensaje, sino también cuestiones sutiles que hacen a la emocionalidad, intencionalidad e historia del interlocutor.
“Tiene la voz como un susurro”
“Habla pausado”
“Cuando piensa… hace una chasquido con la boca” (Chic. Chic)
“Cuenta con el cuerpo y gestos”.
“Cuando le pongo límite…empieza con el “oh oh ooÓh”. Ese sonido que repite y repite, incansable y después tarda en volver”.
¡Y cuantos otros componentes expresivos sonoromusicales distinguimos en el decir del niño y del docente; algunos tan únicos como huellas digitales!.
La expresividad sonoromusical humana es lenguaje.
El aula. La voz del niño. La voz del docente. Las voces que se oyen y las que no se escuchan.
La intensidad. La velocidad. Los silencios. Los cambios de altura. Las duraciones. El tempo. La cadencia.
Su timbre. Su textura. Esas acentuaciones. Su densidad. Su entonación. Sus matices. Ese ralentizar…
Lo musical en lo humano que da cuenta del sujeto.
En el acto comunicativo, la sonoridad expresiva del docente, me refiero a cómo habla, cómo se mueve; a los elementos musicales que conforman la expresividad humana, IMPORTA: otorga forma, contenido y sentido.
En la transmisión, en el encuentro con el niño, éstos elementos musicales, sonantes, apreciables en la escucha sensible del pequeño, son tan importantes como el significado del texto; dan sostén, envoltura y, hasta, contenido simbólico y afectivo a sus vivencias. El niño, irá registrando su sentir, el lugar que tiene, el lugar del otro ( adulto) los lugares de sus compañeros en esas relaciones afectivas en las que se desenvuelven los intercambios y la comunicación, representándose internamente cada escena vívida.
Entonces entendemos que, la voz y su musicalidad, el cuerpo y su musicalidad, la sonoridad en su musicalidad, los sujetos y sus “modos de expresarse, relacionarse y comunicarse[1] son aspectos esenciales de las relaciones humanas; las con-forman ( las configuran y, a la vez, forman parte de éstas) debiendo ser escuchadas y consideradas en el aula. Además, en el mejor de los casos, incitan, acompañan y posibilitan el armado vincular entre docente-niño-grupo y afectan el despliegue de los procesos subjetivos que conlleva el aprender.
Luciano había repetido 1er grado y tercero, tenía 11 años ( cursando 4to grado) cuando la mamá me consulta angustiada porque estaba “nuevamente en riesgo” de repetir. Sus docentes también estaban preocupadas.
Luciano no hablaba en clases, ni jugaba en los recreos. No resolvía los ejercicios en el aula, sí en la clase de particular o en casa.
Entre los 3 años y 6 años había comenzado diversos tratamientos en salud.
En la escuela, buscaban mil maneras para que Luciano participara, pero frente a los interrogantes más sencillos, él enmudecía; el silencio lo alcanzaba de una manera tan profunda y dramática que parecía apresarlo. Por fuera, en casa, en el barrio jugaba a la pelota y andaba en bici.
Segundo recorte. Luciano en Musicoterapia:
En canastita se sentaba en los rincones del consultorio. Agazapado. Cruzaba sus piernas casi sin huecos, los iba cubriendo con la extensión de los brazos y las manos desplegadas en su máxima posibilidad.
“No sé”- decía él con suavidad y soltura. “Yo no sé”.
Desde ahí difuminaba sonidos tenues y parpadeantes, que fuimos alcanzando (en proceso) hasta arrimarlos a lugares trazados de músicas creadas de “sus ritmos”. No a cualquier pulso. No para cualquier ritmo.
Tiempos de improvisaciones sin voz, de ritmear acompasando movimientos.
Tiempos de canciones en silencio; no de canciones fulanas, menganas, o al azar…
Hasta que unos ruidos cooptaron las escenas, y el despliegue expresivo sonoromusical de Luciano de minúsculos ruidos, estalló en risas.
Le dije un día, no cualquier día: “Canta el que puede y el que quiere”. Se lo dije riendo después de disfrutar del recital que él armó para mí, después de construir juntos desde sus pasadizos un pasaje formateado de sonoridades. De la insistencia de lanzar la pelota por turnos al “subirse al escenario”.
“¡ Qué buen recital!. ¿ Cómo lo hiciste Luciano?”.
Me miró, hizo una pausa en silencio y respondió: “Porque yo sé”
La musicoterapia no es inventiva, no es improvisada, es escucha y construcción subjetiva.
El niño va construyendo su lugar a partir del despliegue de su voz y de todas las expresiones sonorocorporales que pone en juego al relacionarse con otros. (…)
¿ Existe la comunicación sin detenerse a escuchar el decir ajeno? (…)
¿ Cómo pensamos la “Comunicación”? ¿ A qué lenguajes le ponemos atención y relevancia frente a la presencia del niño?
En la experiencia grupal, ¿ Se guarda lugar para la voz de un niño que no puede poner en palabras sus ideas, sus historias, su capacidad de crear, sus emociones y sentimientos?.
¿ Qué lugar y tiempo destinamos al despliegue de esos otros lenguajes que nos hacen sujeto?
El escuchar y el participar son raíz del sentimiento de pertenencia en cualquier experiencia grupal-
(…) Así lo individual se entrelaza a otras individualidades y lo grupal va tomando cuerpo, forma; adquiriendo sentido vital en un propósito singular que le pertenece a cada niño.
Dice Mladen Dolar, en su libro “Una voz y nada más”:
“La voz parece lo más común del mundo. En cuanto digo “Voz”, en cuanto empleo esta palabra sin calificativo, lo primero que viene a la mente es sin lugar a dudas lo más habitual, es el uso omnipresente de la voz en la comunicación de todos los días”
Yo pregunto y con éste interrogante cierro el mensaje que traje a nuestro encuentro para docentes: ¿ Todos tenemos voz?.
Musicoterapeuta especializada en desarrollo infantil. San Lorenzo, Santa Fe.
mtabassig@hotmail.com
Notas
1- Para profundizar recomiendo indagar sobre la Musicalidad primordial, intersonoridad, conceptualizaciones de la clínica musicoterapéutica. Alejandra Giacobone, Luciana Licastro.
Bibliografía
– Gauna, Giacobone y Licastro. Musicoterapia en la infancia. Tomo 1. Ed Diseño
– Mlanden Dolar. Una voz y nada más. Ed Bordes Manantial.