Allá por 1927 Freud afirmaba que algunas de las pocas impresiones reconfortantes que la humanidad nos ofrece se visualizan cuando, frente a una catástrofe o violencia proveniente de la naturaleza, las personas olvidan sus enemistades internas y retoman los objetivos principales del proyecto cultural. Dicho autor destacaba como objetivo primordial de la cultura el que pudiese servirnos como protección frente a la naturaleza, así como también posibilitarnos la convivencia. Mucho más adelante en el tiempo, durante el año 2020, época en que transcurrían los primeros meses de la pandemia desatada por la irrupción del virus Sars-Cov-2, vivenciamos en nuestro país un estado de gracia similar al descripto por el creador del psicoanálisis. Fuimos testigos de aparentes acuerdos y diálogos entre espacios políticos antagónicos, eufóricos reconocimientos al personal de salud, y un confinamiento acatado, al menos en un principio, por gran parte de la población. Es de público conocimiento que con el correr del tiempo vimos tambalear estos auspiciosos augurios. Volvían las mezquindades políticas, se discriminaba a miembros del personal de salud impidiéndoles el ingreso a edificios, comenzaban a proliferar reuniones y fiestas clandestinas, etc. Las transgresiones parecían alcanzar su clímax cuando en manifestaciones se llegaba al extremo de quemar barbijos, objetos que paradójicamente habían sido construidos para protegernos de esta amenaza externa. Cabe resaltar que semejante escenario no se presentó exclusivamente en el ámbito local, sino que también se repitió en múltiples países. Las protestas contra las medidas de cuidado se extendieron a lo largo del planeta. Por otra parte, no dejó de resultar curioso observar a muchas personas desatender las diferentes pautas de cuidado durante la fase más crítica de la pandemia, poniéndose en peligro a sí mismas y a otros, comportándose como si estuvieran más allá del peligro, todo esto dentro de un contexto en que no había aún vacunas disponibles y la tasa de mortalidad era más que significativa. Se volvían mucho más justificables y entendibles dichas conductas en caso de necesidad laboral, o de apremios económicos y vitales urgentes a cubrir, pero se han podido advertir ocasiones en donde dicha exposición en principio parecía completamente insensata o cuanto menos, injustificada. Ensayemos posibles repuestas. Semejante negación de los peligros recordó en algunos casos la estrategia del avestruz, quién prefiere esconder la cabeza y no saber de las amenazas que acechan, pudiendo de esta manera quedar a merced de las mismas. En otros casos la negación pareció materializarse más en la forma de una defensa maníaca, desafiando los peligros, desestimándolos. ¿Qué lectura puede hacerse de estos peculiares fenómenos? El psicoanálisis postula que en los seres humanos están presentes tendencias destructivas, portadoras de un monto considerable de resistencia y hostilidad hacia las normas y restricciones impuestas por la cultura. Es que, de acuerdo a estos postulados, las restricciones y normas impuestas por la cultura son generadoras de un considerable malestar. De no existir la cultura y sus reglas los seres humanos podrían satisfacer sus inclinaciones más elementales (sexuales y agresivas) de manera mucho más directa, aunque cabe destacar que en dicho escenario el mundo se transformaría en un lugar mucho más peligroso para este, en el que primaría la supervivencia del más apto. Un sitio en donde, según las palabras del filósofo inglés Thomas Hobbes, el hombre se transformaría en lobo del propio hombre. No parecieran ser estas simples divagaciones teóricas, ya que a lo largo de la historia de la humanidad hemos sido testigos en innumerables ocasiones de crueles persecuciones, extrema violencia y despiadadas guerras (período en donde precisamente la prohibición cultural de “no matar” queda temporalmente suspendida), y es al día de hoy que el fantasma de nuevos conflictos en donde el hombre pueda transformarse en el verdugo de otros hombres sigue tan vigente como antaño. Tal cuál Freud postulaba en su carta titulada “¿Por qué la guerra?” la pulsión de destrucción trabaja dentro de todo ser vivo y se afana en producir su descomposición, procurando reconducir la vida al estado de la materia inanimada, mereciendo por lo tanto el nombre de pulsión de muerte. Unas décadas después, durante el dictado de su Seminario “El reverso del psicoanálisis”, J. Lacan corroboraría que la tendencia de volver a lo inanimado se hace sin lugar a dudas presente en la experiencia psicoanalítica, añadiendo a su vez que este camino a la muerte no es nada más que el goce. Tanto en el caso de una persona que se expone sin reparos a un virus desconocido, como en el de un soldado que marcha vigoroso a la guerra minimizando los evidentes peligros, poder articular la existencia de un goce que va contra la vida, más allá del principio del placer, permite abrir una nueva línea de análisis al abordar las motivaciones en juego. Motivaciones que en un primer momento resultaban oscuras al análisis. Retomando lo anteriormente planteado cabría preguntarse: ¿Acaso la protección que la cultura proporciona no alcanza a compensar en una gran cantidad de personas el malestar generado por las diferentes limitaciones y restricciones? ¿Es que en lo más profundo de las psiquis de muchas personas se encuentra presente el deseo de regresar a un estado más elemental de la sociedad, en el que las pulsiones se saciarían sin ningún tipo de restricción? En tal caso, ¿Los enemigos que la cultura tiene se encuentran exclusivamente en el exterior? ¿O es que también se encuentran dentro de ella? Prosiguiendo el análisis de lo ocurrido durante la pandemia cabe mencionar que con el correr de los meses las naciones ricas producían y/o adquirían vacunas para inocular varias veces a su población, mientras que las de menos recursos quedaban a la intemperie. Desigualdad que sin dudas propiciaría una cantidad considerable de muertes evitables, así como también la posibilidad de que nuevas variantes del virus continúen reproduciéndose. Pareciera visualizarse aquí otro claro avance de la pulsión de muerte por sobre el Eros (pulsión de vida). Cabe además mencionar que el programa implementado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) llamado Covax (colaboración y vacunas), que tenía como meta igualar las oportunidades de los países en el acceso a las dosis, resultó tardío, consiguiendo apenas compensar a una insuficiente minoría. Los datos aportados por la OMS a dos años de comenzada la pandemia hablaron de un reparto muy desigual de vacunas: más del 80 % se habían repartido a países del G20, mientras que los países pobres, africanos en su mayoría, habían recibido solo el 0,6 %. Tomando estos datos en consideración se deduce que la rápida puesta en marcha inicial por parte de la investigación científica, cuyo objetivo fuera encontrar una vacuna o cura que detuviera al virus, (acaso intentando retomar aquella vieja promesa cultural de brindarnos protección frente a los peligros de la naturaleza), se vería luego considerablemente opacada por el desigual reparto de vacunas a lo largo del globo. Intereses corporativos y gigantescas ganancias tendrán su parte en esto, pero en definitiva, ¿Qué es lo que quedó de aquella ilusión inicial de unirnos ante las adversidades? El psicoanálisis nos ha enseñado que las ilusiones derivan de los deseos humanos y que, así como el espejismo de un oasis en el desierto, prescinden en muchas ocasiones de los nexos con la realidad efectiva. De lo ocurrido durante la pandemia quedó en claro que aquellos objetivos primordiales de la cultura de servirnos como protección frente a la naturaleza y posibilitarnos la convivencia no constituyeron el norte para muchos sectores de la sociedad y que, por el contrario, dichas metas se toparon con considerables resistencias y dificultades para materializarse. Cabría preguntarse en qué medida estas resistencias fueron externas o internas.
Cristian Cevasco*
*Psicoanalista. Licenciado en Psicología UBA M.N. 49.491. Profesor en Enseñanza Media y Superior en Psicología UBA.
Datos de contacto: cevascocristian@gmail.com