La fuerte repercusión social que, como sabemos ha tenido el crimen de Fernando Báez Sosa ocurrido en la madrugada del 18 de enero del 2020 en la localidad de Villa Gesell, a manos de una decena de jóvenes cuya filiación común era ser jugadores de rugby, nos convoca a reflexionar
El encuentro fatídico de los rugbiers con el joven Báez, nos habla de una particular ideología que nos recuerda a la Naranja Mecánica cuando varios violentos matan a patadas a un linyera. ¿Qué significado darle a estos acontecimientos sociales tan notorios e ineludibles en nuestras conversaciones públicas y publicadas protagonizadas por un grupo de jóvenes que se arman sólo con un cuerpo convertido en arma?
En el campo de la Psicología Forense continúa la tarea de encontrar cabales respuestas a los interrogantes que promueve el comportamiento criminal. Entonces, con el agua que corrió bajo el puente ¿cómo evaluar ahora el crimen de Fernando?
Recordemos los acontecimientos: al compás de la música, los saltos del joven Fernando dentro del boliche fueron interpretados como una agresión o provocación que rápidamente desencadena un caos. Los guardianes del lugar sacan a los jóvenes que se conforman en grupos separados.
Fernando regresa al lugar, tomando un helado, actitud que descarta la posibilidad de querer ser partícipe de una pelea. Queda por saber si los rugbiers habían acordado previamente los pasos a seguir, pero el interrogante parece confirmarse por el hecho que esperan que la policía se aleje para comenzar el ataque.
Sorprendido desde atrás por uno o varios de la decena de rugbiers, Fernando cae al suelo. Imposibilitado de ejercer alguna defensa, se convierte en objeto de una brutal golpiza que culmina en su muerte. Al finalizar la feroz agresión y estando sin vida, la palabra que utiliza uno de ellos más tarde para informar a sus compañeros de la muerte de Fernando es “caducó”. Claro pensamiento que nos alerta de qué manera el Sujeto se asimila para ellos en un bien de venta, en un mero objeto mercantil con fecha de vencimiento. Recordemos que Fernando no pertenece al círculo social de esos jóvenes, es ajeno como lo son los objetos del racismo y exclusiones varias, lo que los habilita para convertirlo en alguien degradado, en objeto basura en el que depositan lo más rechazado e insoportable de ellos mismos ¿Qué papel juega entonces, la situación grupal en el desencadenamiento y en el grado de violencia que parecen resultar incontrolables en ciertas bandas masculinas, considerando que tal vez no realizarían actos de este tipo individualmente en el encuentro con una mujer o con otro hombre en clara desventaja física?
Se trata de jóvenes que adquieren fuerza y poder por la pertenencia al grupo en que se incluyen. Por ello se denomina “manada”, el recurso a la metáfora animal no deja de ofrecernos una nota significativa. Resulta interesante recordar que en España cuando al cerebrarse las Fiestas de San Fermín en julio de 2016, un grupo de cinco hombres viola a una joven de dieciocho años, ocasión esta en que ellos mismos se auto denominan: “manada”. La manada sitúa a los individuos que la integran en una posición de potencia, de manera que cuando se pone en marcha se hace difícil que el acto se detenga. Será entonces la responsabilidad colectiva, lo que permite entender el pacto de silencio que se produjo cuando intervino la justicia. Desaparición del “yo” del enunciado, oculto por el “nosotros” que solo pueden seguir una estrategia jurídica que convoca al silencio. Estas respuestas sintomáticas nos llevan a pensar sobre cómo en nuestra época de caída de los emblemas de la superioridad masculina en determinados grupos quedan remanentes que en ocasiones se exaltan y este es un ejemplo. Serán aquellos que sobrevaloran los atributos considerados viriles en la tradición aunque en vías de desaparición y que nos asombran con manifestaciones para obtener el reconocimiento de sus pares, en el ejercicio de una violencia que elige especialmente su víctima para destruir lo que no pueden soportar de su goce inasimilable.
Los diez acusados tienen ahora, un único representante legal que resuelve que los jóvenes no deben declarar, pacto de silencio que refuerza la ausencia de palabra, que a su vez anula la dimensión del sujeto de la palabra y simplemente se constituyen como un colectivo encubridor que preserva su unión. Por excepción cuando la Fiscal los invita a hablar del hecho en una o dos ocasiones, solo se escucha a uno o dos de ellos en una inversión de lo acontecido que se convierte en queja del maltrato recibido por parte de la justicia. El juicio es esperado por todos los que se relacionan con los jóvenes y con la víctima, también por el público en general ¿podremos escuchar lo que dicen aquellos que pueden llegar a hablar? ¿En que se convertirá la manada cuando “uno por uno” tenga la posibilidad de expresar su posición frente al crimen, o más bien sobre las consecuencias de un episodio que ha obedecido a una lógica que progresivamente podrá delinearse.
Marta Provenzano*
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*Marta Provenzano: Psicoanalista. Especialista en Psicología Jurídica; con orientación en Delincuencia y Criminalidad. Docente UBA UNR. Mat Prof. Nro 50341